Por una Cándida Mirada

Las artes plásticas, para Edna Badillo, van más allá de corrientes vanguardistas, estilos de moda o técnicas innovadoras. Para ella, son más bien espacios abiertos a la expresión lúdica, ventanas policromas de una casa llena de ecos vegetales, viajes instantáneos hacia el recuerdo de una noche de luna llena, miradas lánguidas que aprehenden el mundo y las cosas de la naturaleza con los ojos de una cándida mirada. Porque, con su sonrisa a flor de labios, Edna Badillo es como una niña extasiada, a la que de pronto sorprendemos mirando con fruición los colores y las formas de la naturaleza para atraparlos, comprimirlos, para luego platicarnos con ellos toda una historia con un solo trazo.

Con el realismo del arte naturalista, Edna nos da a conocer orquídeas, blancas mariposas, heliconias, toronjas y manzanas, como ofrendas al coleccionista que todos guardamos dentro. Los amantes de la fauna también disfrutan en su obra de pelícanos blancos y perezosos, de garzas tristes o acongojadas cruzando a contraviento el pantano, y de presumidas guacamayas de plumaje multicolor.
Como una evocación antropológica o un estudio etnográfico, Edna juega con los elementos de un típico pueblo tabasqueño en su colección “Luz de luna, árboles que mudan”, donde los árboles y las construcciones muestran ecos del más puro y candoroso estilo naif.

Algo similar evocamos con sus “Imágenes de un cuarto”, en el que se reproducen formas casi geométricas de flores solitarias, animales taciturnos y parejas amorosas, enlazadas en cálidos (más bien tórridos) abrazos amorosos. Una pintura en pequeño formato (apenas 25 x 12 cm) que muestra la capacidad de síntesis de Edna para platicarnos sus sueños.
La propuesta estética más audaz de Edna Badillo es la serie “Arenas de la soledad”, una expresión personal en pastel sobre papel donde se estremece la emoción más íntima del abandono. El rojo (pasión creativa), que emerge con decisión, lucha contra el negro (bloqueo y limitación) de la desesperanza en medio de un blanco (posibilidad abierta) agitado por la duda y el tedio.
En su búsqueda expresiva, Edna usa también la acuarela como el accidente creativo en “Vestigios de un día lluvioso”, donde la nostalgia del verde apenas sobrevive al azul de la lluvia y a la violencia del negro tormenta.
Y, como esa niña de cándida mirada, su inclinación al juego le permite inventar paisajes policromos, como ese bosque naranja donde se insinúa la entrada de una iglesia, quizá el templo donde guarda sus tesoros más preciados: el conocimiento, la experiencia y la sabiduría con que enseña pacientemente a muchos niños las técnicas expresivas de la plástica, con las que ella atrapa, comprime y resume su mundo para contarnos con un solo trazo una historia.
Margarito Palacios Maldonado
Villahermosa, Tab., 5 de julio de 2006